7/6/12

La Srta. Ameba se encuentra mal

La pequeña Ameba se vio de repente sola y ajena en mitad de la ciudad. Pensó en echarle la culpa al tiempo, al cambio climático o a cualquiera de las alarmantes noticias que escupían últimamente los informativos. No pensó que la corriente de los ríos se pudre cuando no hay fuerza para seguir. Hasta que el invierno se alojó en sus pequeñas entrañas. Y ya, por no reconocer su culpabilidad ante los sucesos, pensó que su vecino, el Señor Protozoo, era quien le robaba el aliento. Al tendero chino, de cuyo nombre ni se había preocupado, le convirtió en el punto limpio de sus frustraciones. Y a Doña Bacteria, la propietaria del quiosco de periódicos comenzó a mirarla con saña y con la satisfacción que ven las almas condenadas en los surcos y arrugas que el tiempo incuba en las células finitas de los demás. La pareja de ancianos del edificio de enfrente María Virus y Don Microbio, empezaron a parecerle rivales en el supermercado. Robaban su leche de soja, los yogures con extra de calcio, el pan rancio enmohecido repleto de materia transgénica que tanto gustaba de comer a la hora del partido. Cómo disfrutar ahora de placeres mundanos en el salón de casa viendo hasta el anochecer competir al Bifidus Activos F.C. contra el Sporting de Lactosa.
La pequeña Ameba entonces pensó en emigrar. Pero, a dónde, si lagos y lagunas, estanques, ríos, charcas y hasta el pequeño paraíso de un lodazal  se encontraban tomados por el mismo mal. Entrada la noche, frente a un plato de miseria, pensó que tal vez la solución estaría en reconvertirse en organismo pluricelular; tarde, pensó, mientras las aguas oxigenadas y la lejía entraron como un tsunami por las avenidas, dejándolo todo límpido y pulcro, aséptico, una enorme y blanca mancha de higiene donde antes la vida era algo normal.

Relato corto de Dani Rojo. 
Ilustración: Carlos López Terán

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